¡Hola a todas! Qué lindo reencontrarnos en el blog de La Crockery después de dos meses, ¡gracias totales Mariquel y Vale por hacerme el aguante, las quiero! Esto de ser mamá bien presente de una nena de dos años y emprender de forma independiente con varias puntas de trabajo súper demandantes es un combo explosivo que está a un paso de llevarme a hacer terapia real o al menos coaching con algún/a profesional organizador/a del tiempo, ¡juaaaa! Pero no, ¡no hay tiempo para eso! :p
Lo que estoy descubriendo desde que nació mi hija es el disfrute del tiempo en sí mismo (y con una nueva mirada), más que el intento de dominio de ese bien tan escaso y esquivo. Y el post de hoy habla de eso: yo creo que al salir a recorrer nuestro barrio la estoy llevando a “potrear y cansarse” para por fin dejarse vencer por la siesta, y en realidad descubro que soy yo la que estoy aprendiendo a cultivar la paciencia y a mirar lo que nos rodea con ojos de niña. ¡Gracias maestra Dindina por esta gran lección! Paso a explicar…
Desde que reinauguraron la hermosa plaza a dos cuadras de casa, la ecuación es simple: si Jazmín está inquieta en casa, enfilamos hacía ese pedacito verde en la ciudad y por lo menos que tenga más metros cuadrados para correr y ser feliz. Y eso hicimos al salir con la idea de registrar la tarde para este post.
Como la plaza no fue suficiente, había que activar el Plan B: cochecito y pasear sin prisa por las calles que la rodean. Eso lo hacíamos muchísimo, ¡no podía fallar! Hasta que claro, tu retoña paradita frente a vos se niega a subirse al cochecito, quiere caminar. Ok, ok, vamos, despacito, y acordate Jazmín: llegamos a la esquina y es mano de mamá o upa, elegís vos. Acuérdense ustedes de esto: porque en cada esquina fue batalla (en otras palabras: gana puntos en cansancio y malhumor). Ja.
Caminar a su ritmo es cultivador de paciencia, eso desde ya, lo cual es genial porque sigue siendo una de las millones de virtudes que me faltan y nunca está de más soñar con alcanzarla. Y la verdad es que hace muy pero muy bien al ritmo cardíaco (lo desacelera) y a la cabeza (la despierta) acompañar sus pasos, observar qué es lo que observa ella, qué le llama la atención, que la maravilla y qué la lleva a tocar y explorar más. En sus ojos, una chapa es carnaval, las hojas secas del otoño el mejor pelotero natural, los diversos materiales de las fachadas de las casas una fiesta de texturas para tocar, y los “regalitos” de perros una lección de “¿qué es ese olor?” (literal; y btw: MALDIGO AL QUE NO LEVANTA LA CACA), por sólo mencionar algunos de los estímulos con los que nos encontramos por la calle. Dindina se hace amiga de animales domésticos (sobre todo si están más bien lejos), se cuelga juntando piedritas donde las encuentre, me señala flores y plantas que le llaman la atención, y se mete en rinconcitos para esconderse de mí y sale corriendo muerta de risa. Ahí es cuando muero de amor y caigo en la cuenta lo simple que es entretenerla: ¡sólo necesito cinco o seis veredas bajo el sol! NADA MÁS. Por lo menos a esta edad, ella no necesita nada más. Ella está en Disney y yo bajo 1000 revoluciones entre cruce y cruce de calle. Recordemos: ella no quiere upa ni darme la mano, así que en cada bocacalle, hay lucha de titanes para alzarla y cruzarla con seguridad. Llantos dramáticos, pataleos poderosos y yo coordinando una nena en llamas en un brazo y un cochecito inútil del otro. Cuando la bajo en la otra esquina, de nuevo aparece la sonrisa y el famoso “acá no pasó nada”. Jo-der.
En nuestra ronda habitual solemos visitar a sus dos amigos perros que, si el clima es lindo, están afuera en el jardín; vamos a buscar dientes de león sobre un cantero poblado de pasto descuidado; y también le enseño las obras de esa galería de arte inesperada que habita en la esquina de 3 de Febrero y Correa: en una planta baja se aprovechó una esquina para montar cuadros y objetos artísticos. No tiene nombre, no hay carteles de obra, nada. Es simplemente un regalo de un buen vecino que quiere nutrir un poco a Núñez. Y a nosotras nos encanta 🙂
Esa tarde fue nuestro primer paseo habitual pero con Dindina 100% a pie, y si bien empezó con la vara del estrés un poquito alta (nena suelta, autos circulando, yo con la cámara en la mano), a cada paso me fui tranquilizando y comprendiendo que las cosas simples que nos rodean son estímulo suficiente para mantenerla entretenida y a mí despierta, recordando viejas sensaciones de mi propia infancia. Eso, queridas lectoras, es un regalo invaluable. Con estas caminatas la que cultiva la paciencia soy yo (aunque ella un poco también: las lecciones de bocacalle TIENEN que hacerle mecha jajaja), y sé que las dos volvemos a casa más enriquecidas por la experiencia. Gracias Dindina por no querer subirte al cochecito 🙂
Vero Mariani
http://www.almasinger.com/
https://instagram.com/veromarianipics/